31 diciembre 2019

Epílogo

Voy a hacer algo tremendamente original: una retrospectiva del año y mi última década (que no tiene por qué ser la década; aunque respeto a la gente que indexa en 0). O tal vez se trata de puro onanismo epistolar para tener una excusa para compartir con vosotros algunas de las citas que me han acompañado a lo largo de estos años. O quizás un intento de escribir una carta de amor... hacia mí mismo. O simplemente esté tratando de legar algo a quien le pueda interesar.

Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber lo que se ha dicho. (Jean-Jacques Rousseau)

Recuerdo que empecé esta década con mi futuro bastante claro. Aunque mi falta de autoestima estaba por ahí, molestando, yo me sentía cierto, seguro en mis decisiones: tenía un plan. Así que eso es lo que hacía, seguir el plan, como un autómata, y así, qui dia passa, any empeny, seguí varios años, hasta acabar la carrera, en 2013. Sí, eso fue lo más emocionante que hice en esos años, a parte de algún viaje y ganar un concurso módulos de rol para Aquelarre.

Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas. (Rayuela, Julio Cortázar)

Entonces llegó el #drama: mi relación de pareja, que había durado casi un tercio de mi vida, se acabó. Llegó 2014 y la catarsis; creo que ese año fue el más relevante a nivel emocional y de personalidad que he tenido nunca, y me parece que mi blog lo atestigua. Honestamente, aunque no se lo deseo a nadie, estoy bastante orgulloso y contento de haber pasado por ello, porque si no hubiera sido así, quizás me hubiera pasado mucho más tiempo siendo un autómata, sin sentir tristeza, pero también sin sentir plenamente la alegría.

- ¿Qué haces?
- Esperar
- ¿Y qué esperamos?
- La gran batalla final
- ¿Qué luchamos? ¿Contra estas?
- No, contra nosotros mismos

(Primos, 2011)

Pese al desconcierto, el plan se podía enmendar, todavía. Pasaron diversas personas por mi vida que me aportaron mucho, otras las recuperé, otras llegaron para quedarse, y otras nunca se fueron; de todas ellas, aprendí algo; no subestiméis el valor del tiempo que paséis con amigos, conocidos o (ex)parejas. Pasaron los años y me planté en 2018, que pasó sin demasiados altibajos (quizás porque hubo más bajos que altos), pero no importó, porque decidí empezar a compartir aquello que escribía sólo para mí, y todo podía mejorar en el futuro.

Hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo. (Rayuela, Julio Cortázar)

El caso es que el futuro llegó, que el futuro es hoy, y sigue siendo una puta mierda. No me malinterpretéis, conseguí algunos de mis objetivos, pero no todos. Y sí, sé que eso no tiene por qué considerarse un fracaso, pero durante mucho tiempo creí que lo que hacía era lo correcto para conseguirlos, que A implicaba B, y me mantenía dentro de unas directrices autoimpuestas que, si bien sirvieron para conseguir el tipo de trabajo que quiero, mi emancipación o mi independencia económica, no me han servido para sentirme realizado.

I lluny, a l'horitzó,
de cop cau el teló
i un crit mig ofegat
m'atravessa el cor com una daga.

Només vull sentir-te dir:

Que al final tot anirà bé.
Quan de cop la sort s'apagui,
si estem junts, serà més fàcil.

Al final tot anirà bé.
Que aviat tot el que cou
s'ho endurà el temps.

(Al final tot anirà bé, Doctor Prats)

Pero aquí estoy. A punto de cumplir 3 décadas y no he escrito ningún libro, no sé si le he cambiado (positivamente) la vida a alguien o a cuántos, no tengo claro qué me deparará el futuro o qué quiero de él, o si soy algo más que una gota en el océano; si mis existencialismos o lo que yo pretendo que sea poesía será capaz de hacer sentir a alguien el calor en el corazón que yo siento cuando leo El principito, Rayuela o poesía ajena.

Volverán las mañanas felices;
la época en la que dejemos de ahogarnos
en conversaciones de ascensor
intentando sostener una imagen
que nos protege de nosotros mismos,
a la vez que ayuda a mantener
el equilibro de esta obra de teatro
a la que llamamos existencia.
Nadie avisó de los baches y las caídas.
Aun así, un pie delante del otro, un pie delante del otro,
desafiantes.

¿Qué importa lo que diga el mundo
y cuán fiera sea la tormenta?
No dejes que te arrastre y te hunda bajo la arena,
porque si logras mirar más allá del tiempo y del espacio
de los números, los colores y las formas,
hay un segundo en el que todo cobra sentido
y hasta el miedo desaparece.
Al fondo, entre las sombras,
la luz ha dibujado una frase:

No estás solo en este mundo.

(Himno Nacional, La M.O.D.A.)

Se acaba 2019 y con él el año más complejo de mi vida, quizás sólo por detrás de 2014, tanto a nivel personal, emocional como laboral. Con él, he aprendido que, cuando nada tiene sentido, lo mejor que se puede hacer es aquello que dijo Pablo Hernández: No te enfrentes al huracán. Inclínate y conviértete en viento. Que perderse, el nihilismo y la autodestrucción en dosis homeopáticas (y es sólo aquí donde le atribuyo cierta credibilidad) pueden servir para dar un paso atrás y coger perspectiva. Que hay que cuidarse y mimarse; recuperar la lista de aquello que nos hace sentir vivos y convertirla en manual de instrucciones. Abrazar el caos, dejar que la incertidumbre te haga cosquillas, por mucho que puedas odiarlas, y saborear lentamente el dulce dolor de la libertad.

Allargarem el somni de la nit
com un borratxo que balla mentre desmunten l'orquestra.
Que a fora s'ensorri el món.
Que caiguin mil tempestes.

(Batega, Txarango)

Si habéis llegado hasta aquí, os doy las gracias. Deseo que tengáis un buen 2020, y que no os sintáis solos si alguna vez creéis que estáis perdidos.

PD: Usad protector solar.

Un abrazo,
Morpheus

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