Habían pasado veinticinco años desde que vi a Grunh por última vez en aquella montaña. Aún recordaba aquél fatídico día.
Estuve varias horas bajo la nieve que iba cayendo, cubriendo poco a poco el suelo con su manto, al tiempo que trataba de aislarme de algunos sonidos de lucha que a veces surgían del interior del castillo y que encabritaban a los caballos. Fueron las tres horas más largas de mi vida, hasta que, finalmente, Grunh salió del castillo.
Corrí hacia él. Entonces me percaté de su caminar y de la herida en su costado derecho, que cubría con su mano izquierda ensangrentada. Cuando por fin llegué hasta él, se dejó caer sobre sus rodillas.
- Hijo, quiero que te vayas de aquí, y no vuelvas nunca.
- ¡Pero estás herido! Y... el dragón, ¿lo has matado?
- Ni yo ni el dragón importamos ahora, lo que importa es que te marches y...
- ¡Ni hablar! ¡No voy a dejarte aquí herido!
En aquél momento me abofeteó.
- Chico, escúchame... - me dijo mientras ponía su mano derecha sobre mi enrojecida mejilla - Tengo que seguir con esto,y tú tienes que convertirte en un gran hombre; un gran hombre que ayude a los necesitados. Recuerda: el mundo necesita héroes, y tú serás uno de ellos. Tú eres mi legado. Y quiero que me prometas que te irás de aquí sin mí, crecerás, te harás un hombre, ayudarás a los demás y nunca, NUNCA, volverás aquí ni entrarás en este castillo. ¡¿Entendido?!
- Sí... - dije entre sollozos.
- Di que lo prometes.
- L-lo... prometo.
En aquél momento me abrazó y noté su sangre caer por su costado.
- Te quiero, hijo – dijo mientras se separaba de mí y me miraba con su ojo derecho. Nunca olvidaré esa mirada de decisión -. Ahora, ¡huye! ¡Márchate! ¡Y no vuelvas!
Me di media vuelta y me marché. Cuando subí encima del caballo, vi como Grunh se levantaba pesadamente, entraba en el castillo y cerraba el portón tras de sí.
Esa fue la última vez que le vi. Y ahora, veinticinco años más tarde, estaba aquí para romper la última promesa que le hice.
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