Han pasado muchos años desde aquello. Creí que lo tenía superado. Me equivoqué.
"En las afueras de Elonus ha empezado a desaparecer ganado."
"La gente está asustada."
"Cuentan que hay una bestia en Elonus."
"Se trata de un dragón..."
La primera vez que oí que se trataba de un dragón, la cuchara que me estaba llevando a la boca se me resbaló.
¿Un dragón? No podía ser; Grunh se había encargado de él. Ello le costó la vida, pero lo hizo. Nunca había fallado luchando contra el mal. ¿Podía ser que esta fuese la primera y última vez que lo hizo?
No, no podía ser... En años no se había vuelto a saber nada del dragón. Pero... era cierto que nadie se había acercado a comprobarlo; aún pesaban muchas supersticiones sobre el castillo.
Cuando yo traté de hacerlo, hace unos años, me fue imposible entrar: la puerta estaba cerrada a cal y canto, inquebrantable ante un ariete, y ni grietas ni ventanas lo suficientemente bajas pude encontrar que me granjearan un salvoconducto a su interior. Todo parecía tranquilo, demasiado tranquilo; sin embargo, tras varios días esperando algo, nada sucedió, y me marché. "Grunh no pudo haber fallado. Él era incapaz de hacerlo.", pensé.
Ahora, todo mi interior parecía un hervidero.
Recogí mis cosas, pagué mi estancia y me dirigí a los establos; ensillé mi caballo y salí al encuentro de la tormentosa y gélida noche sobre él.
¿Por qué? ¿Por qué tuviste que desaparecer de mi vida? ¿De verdad tu sacrificio fue en vano? ¿Por qué no me hiciste caso y disfrutaste de tu vida, de la que te habías ganado? ¿Por qué no continuaste siendo el padre y mentor que fuiste para mí?
Agradecí la lluvia, pues mis lágrimas se perdían en ella.
- Lo siento mucho, Grunh, pero tendré que romper mi promesa. Espero que, estés donde estés, me perdones.
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