26 noviembre 2019

Si supieras

Si supieras las veces que tu sonrisa me salvó...

Así que decidí curarte las heridas con caricias y oxigenarte el alma con canciones. Alcanzarte el día en que los miedos y los complejos tocan retirada. Convertirme en tu chaleco salva-sonrisas. Regar mis sábanas con tus gemidos y pintar mis paredes con tus orgasmos. Salir a soplar dientes de león. Juntos.

Hacer que cualquier día agitado y tormentoso, con tu pelo alborotado y tus zapatos sucios, dieran paso a una cena con vino y velas, a tu lado.

Que ninguna justicia marrullera, político corrupto ni avaro banquero nos robara el instante en el que nos mirábamos a los ojos antes de besarnos. Que desquiciados por este jodido mundo, lo hiciéramos explotar a base de risas. Que nos regaláramos esa mirada pícara tras hacer el ridículo en mitad de una fiesta. Que cien mariposas nos recorrieran la piel contando estrellas en ella. Que el alba nos sorprendiera desnudándonos del pasado, y que las sábanas se nos pegaran como las caricias y las sonrisas al alma.

Pero ahora me pesa tu ausencia y sólo me sostienen tus brazos rodeándome el pecho. Y albergo palabras de fruta madura que se pudren al ser incapaces de escapar de la oscura taberna del miedo. Porque decidiste que yo era aprendiz de un amor en forma de lección que dejamos para setiembre.

Dime, ¿con cuántos muros de verdad incómoda nos hemos chocado hasta darnos cuenta de que somos impotentes ante una vida que se empeña en ponernos al límite? ¿Cuántas veces, acurrucados en el filo del espejo, pensamos que podíamos ganarle la batalla al tiempo?

Y, aunque la música del silencio me calma, esta se vuelve monotonía al tercer jueves que no te tengo.

Y escucho música en bucle bebiendo una copa de vino, como si me hiciera estar más cerca de ti, o escribir mejores versos. Iluso. El vino, mis lágrimas; la música, tu recuerdo.

Así que sólo me queda hacer borrón y verso nuevo; que si ya no quedan más puertas por abrir, habrá que alzar la mirada al cielo y echarse a volar. I, malgrat tot, somriure.

Un saludo,
Morpheus

05 noviembre 2019

La vida es...

La vida es...

Sentirse a la deriva en una tempestad de dudas.
Ese verso escrito en el tren cuando vuelves a casa borracho.
Esconder el llanto cuando te sientes Atlas.
Amar a cientos de quilómetros de distancia a quien tienes a menos de diez centímetros.
Soltar un manojo de sueños consumidos en una noche de setiembre.
Escribir cuando nada tiene sentido un domingo por la mañana en el balcón, tomando café.
Ese abrazo felino los días que has sido incapaz de sostener una sonrisa.
Dar un paso atrás cuando sientes la gravedad de las vías del tren.
Sentirse en comunión en las calles, clamando por la libertad y un futuro mejor; correr y socorrer para volver otro día, tozudos, y seguir con el rito.
Fundirse en un baile.
Sentir cómo te erizas al escuchar esa canción o al notar el aliento de esa voz susurrándote al oído.
Morir en el frenesí de dos cuerpos que se buscan en el sudor, la saliva, los mordiscos y la piel arrancada entre las uñas.
Despertarse perezosamente con la luz que irrumpe a través de la persiana junto a ella, mientras las manos y algún leve gemido deshacen el conjuro del ensueño.
Envenenarse con etanol entre risas y confesiones.
Lanzarse a la pista y continuar bailando aunque hayan desconectado la música.
Seguir levantándose cada día aunque ella ya no está.
Seguir poniendo un pie delante del otro aunque te pese el mundo.

Un saludo,
Morpheus