En mi rincón de las palabras perdidas, sentado frente a la ventana en este tormentoso día, contemplo como las gotas se suicidan contra el cristal, como los enfermos de amor que se arrojan desde lo más alto de un acantilado besado por aquellas incesantes olas que nos recuerdan que con tiempo y constancia se pueden reducir las montañas a polvo; lástima que la vida sea tan efímera.
Me deleito con esta jodida ironía al escuchar como darse una y otra vez contra este puñetero muro puede convertirse en algo rítmico, mientras ese macabro blanco a base de árboles muertos me grita, jaleando a mis demonios.
Así que cojo y lanzo mi pluma contra el cristal que, rompiéndose en mil pedazos, refleja al fin el alma lacerada que tanto me esfuerzo en ocultarme.
Algunos fragmentos erráticos, como yo, se clavan en mi lagrimal y lloro con sangre aquello que fui incapaz de llorar con lágrimas de sal del Mediterráneo, que tantas veces nos abrazó mientras caminábamos por su orilla y soñábamos mirando a la Luna que se elevaba sobre su horizonte.
Sí, lanzo la pluma que me regalaste para hacer volar mis sueños como palomas que son incapaces de escapar del fango de mi propia mediocridad; sueños de papel empapado por la lluvia y la sangre que resbala por la mejilla que hace tanto tiempo renunciaste a acariciar.
Calado hasta los huesos, recojo en una botella cada una de mis lágrimas y me dispongo a beber la soledad como quien bebe esa primera cerveza: sorbo a sorbo hasta que la monotonía de la amargura se torne, al fin, una patética embriaguez.
Un saludo,
Morpheus