25 febrero 2014

La Maldición de Elonus (V)

Volvía a nevar como aquel día. Parecía que el destino también recordaba lo mismo que yo, y sabía lo que iba a ocurrir.

Me paré delante de la puerta del castillo y comprobé que continuaba igual de cerrada. Años antes había intentado entrar, pero la imposibilidad de abrir la puerta y encontrar una manera de entrar sencilla, junto con la promesa que le hice a Grunh, me hicieron desistir. Esta vez no iba a ser igual.

Previendo esta posibilidad, me había puesto en contacto con unos amigos del Gremio de Dronda, que me consiguieron una varita capaz de abrir puertas. La saqué de mi mochila, la observé y toqué con ella la puerta al tiempo que pronunciaba la palabra de mando tal y como me habían enseñado. Con un fuerte crujido, la puerta se abrió.

Me adentré en el castillo, al tiempo que desenvainaba mi espada. Si había un dragón, pagaría por lo que le hizo a Grunh.

Me abrí paso a través de un pasillo que parecía haber vivido un centenar de batallas: mesas, cuadros y otros objetos de decoración rotos, algunos de ellos semi-calcinados; hollín, golpes y arañazos en la pared.

Sin embargo, me di cuenta de que algunos de esos arañazos no eran legados de la batalla, sino inscripciones: "Vete de aquí", "No te acerques", "Huye".

Continué avanzando a través del pasillo.

"No encontrarás lo que buscas", "Sólo te espera tu perdición", "Necios aquellos que se acerquen", "El dragón no desaparecerá".

Finalmente llegué a una gran estancia que parecía haber sido un bonito salón hacía una eternidad. En aquél momento, sólo era una estancia cubierta de huesos; restos de animales devorados.

Cuando me adentré en la estancia, oí algo encima de mí. Miré hacia arriba y, entonces, una sombra gigantesca se abalanzó sobre mí. La rechacé y nos quedamos mirándonos cara a cara; era el dragón que mató a Grunh. Por lo menos Grunh había hecho pagar muy cara su vida, pues el dragón lucía una cicatriz que recorría su ojo izquierdo. Me abalancé sobre él.

Se produjo una lucha feroz que se alargó casi una hora; cuando yo estaba prácticamente agotado, desarmado en el suelo y aguardando mi muerte, noté como, entre los huesos que cubrían el suelo como una alfombra, se encontraba una espada de tacto helado. Cuando finalmente el dragón se acercó para darme el último golpe, mirándome con ese ojo casi inyectado en sangre, yo alcé la espada del suelo y la dirigí a su indefenso abdomen, haciéndole una herida gemela a la de la cicatriz que tenía en su costado derecho. El dragón profirió un rugido ensordecedor al tiempo que se retiraba. Un río de sangre brotaba de la herida, extinguiendo su aliento; se desplomó en el suelo.

Me levanté y me acerqué a recoger la espada que me había dado la victoria y apagado mi sed de venganza; cuando me di cuenta de que la empuñadura era la de la espada de Grunh, me reí, exultante. Sin embargo, esa sensación duró poco.

Cuando me disponía a extraer la espada del cuerpo inerte del dragón, este abrió su ojo derecho pesadamente, y su cuerpo empezó a brillar. Instintivamente me aparte, pero enseguida vi que no estaba en peligro; el dragón se estaba transformando.

Al cesar la luz, lo que quedó fue el cuerpo desnudo de un hombre de avanzada edad.

18 febrero 2014

La Maldición de Elonus (IV)

Habían pasado veinticinco años desde que vi a Grunh por última vez en aquella montaña. Aún recordaba aquél fatídico día.

Estuve varias horas bajo la nieve que iba cayendo, cubriendo poco a poco el suelo con su manto, al tiempo que trataba de aislarme de algunos sonidos de lucha que a veces surgían del interior del castillo y que encabritaban a los caballos. Fueron las tres horas más largas de mi vida, hasta que, finalmente, Grunh salió del castillo.

Corrí hacia él. Entonces me percaté de su caminar y de la herida en su costado derecho, que cubría con su mano izquierda ensangrentada. Cuando por fin llegué hasta él, se dejó caer sobre sus rodillas.

- Hijo, quiero que te vayas de aquí, y no vuelvas nunca.

- ¡Pero estás herido! Y... el dragón, ¿lo has matado?

- Ni yo ni el dragón importamos ahora, lo que importa es que te marches y...

- ¡Ni hablar! ¡No voy a dejarte aquí herido!

En aquél momento me abofeteó.

- Chico, escúchame... - me dijo mientras ponía su mano derecha sobre mi enrojecida mejilla - Tengo que seguir con esto,y tú tienes que convertirte en un gran hombre; un gran hombre que ayude a los necesitados. Recuerda: el mundo necesita héroes, y tú serás uno de ellos. Tú eres mi legado. Y quiero que me prometas que te irás de aquí sin mí, crecerás, te harás un hombre, ayudarás a los demás y nunca, NUNCA, volverás aquí ni entrarás en este castillo. ¡¿Entendido?!

- Sí... - dije entre sollozos.

- Di que lo prometes.

- L-lo... prometo.

En aquél momento me abrazó y noté su sangre caer por su costado.

- Te quiero, hijo – dijo mientras se separaba de mí y me miraba con su ojo derecho. Nunca olvidaré esa mirada de decisión -. Ahora, ¡huye! ¡Márchate! ¡Y no vuelvas!

Me di media vuelta y me marché. Cuando subí encima del caballo, vi como Grunh se levantaba pesadamente, entraba en el castillo y cerraba el portón tras de sí.

Esa fue la última vez que le vi. Y ahora, veinticinco años más tarde, estaba aquí para romper la última promesa que le hice.

11 febrero 2014

La Maldición de Elonus (III)

- Ese dragón lleva aquí desde la Edad Oscura, hace ya más de mil quinientos años - dijo Grunh, mientras se acercaba la jarra de hidromiel a su boca y tomaba un sorbo -. Por lo que sé, han sido muchos quienes han intentado vencer al dragón a lo largo de la historia, pero, de momento, nadie ha conseguido vencerle.

- ¿Cómo sabes todo eso? - pregunté, con la curiosidad de un crío.

- Mi abuelo me habló de ello cuando era pequeño... justo antes de venir aquí y luchar contra él...

Se hizo el silencio entre nosotros dos, como si el mundo se hubiese apagado a nuestro alrededor pese a la algarabía que había en la mal iluminada posada donde nos alojábamos.

Normalmente Grunh conseguía que la gente que se enteraba de sus intenciones le acogiesen como su huésped y posible salvador, pese a que Grunh siempre trataba de evitar eso. Esta vez ni tan siquiera quiso informarse, ni comentó con nadie sus intenciones; incluso quiso la mesa y la habitación más apartada para evitar escuchas indiscretas. Estaba claro que este era un trabajo totalmente diferente.

- Acábate eso - dijo después de vaciar su jarra -. Mañana será un día largo. Quiero que dejes todo listo para viajar. Seguramente no volveremos a hacer noche aquí. ¿Entendido?

- S-s-s..¡Sí!

Al día siguiente nos dirigimos al castillo de Elonus, en lo alto de la montaña a los pies de la cual se encontraba el propio Elonus.

Era una mañana fría, y las nubes negras que se acercaban auguraban una tormenta o una ventisca.

Cuando por fin llegamos hasta el castillo, ya casi era mediodía y todo parecía tranquilo.

Grunh desmontó del caballo y empezó a sacar su armadura de las alforjas. Yo hice lo mismo. Cuando ya estaba todo fuera y me dispuse a ayudarle, como siempre, rompió el silencio:

- Esta vez no quiero que me acompañes. Mantente resguardado y ni si te ocurra entrar a ayudarme, pase lo que pase, oigas lo que oigas y veas lo que veas. ¿He hablado claro?

- Sí - dije, lacónico.

- Muy bien. En caso de que no vuelva al anochecer, quiero que cojas los caballos y te marches. En las alforjas encontrarás mi bolsa con dinero; úsalo bien. Te he enseñado los suficiente como para que te puedas valer por ti mismo, y eso espero que hagas...

- Pero... Grunh - dije, casi lloroso -, ¿no vas a volver?

- Quisiera hacerlo, pero sería ingenuo por mi parte pensar que yo seré el primero que consigue derrotar al dragón y salir airoso; por ello, quiero que sepas lo que tienes que hacer si no vuelvo.

- ¿Y por qué no lo dejas? - dije entre lágrimas - Has dado mucho a la gente, ¡¿no te mereces descansar?!

- Hijo... agradezco tu preocupación, y todo tu cariño. Eres lo más parecido a un hijo que he tenido... Pero el mundo necesita héroes. Así que enjuágate esas lágrimas y ayúdame a ponerme esto.

Le ayudé a ponerse la última pieza de la armadura, y le di mi último abrazo. Cuando nos separamos, me miró y, sin decir nada, se dirigió hacia la puerta, la abrió pesadamente, desenvainó su espada y entró.

Recuerdo que en aquél momento empezó a nevar.

04 febrero 2014

La Maldición de Elonus (II)

Han pasado muchos años desde aquello. Creí que lo tenía superado. Me equivoqué.

"En las afueras de Elonus ha empezado a desaparecer ganado."

"La gente está asustada."

"Cuentan que hay una bestia en Elonus."

"Se trata de un dragón..."

La primera vez que oí que se trataba de un dragón, la cuchara que me estaba llevando a la boca se me resbaló.

¿Un dragón? No podía ser; Grunh se había encargado de él. Ello le costó la vida, pero lo hizo. Nunca había fallado luchando contra el mal. ¿Podía ser que esta fuese la primera y última vez que lo hizo?

No, no podía ser... En años no se había vuelto a saber nada del dragón. Pero... era cierto que nadie se había acercado a comprobarlo; aún pesaban muchas supersticiones sobre el castillo.

Cuando yo traté de hacerlo, hace unos años, me fue imposible entrar: la puerta estaba cerrada a cal y canto, inquebrantable ante un ariete, y ni grietas ni ventanas lo suficientemente bajas pude encontrar que me granjearan un salvoconducto a su interior. Todo parecía tranquilo, demasiado tranquilo; sin embargo, tras varios días esperando algo, nada sucedió, y me marché. "Grunh no pudo haber fallado. Él era incapaz de hacerlo.", pensé.

Ahora, todo mi interior parecía un hervidero.

Recogí mis cosas, pagué mi estancia y me dirigí a los establos; ensillé mi caballo y salí al encuentro de la tormentosa y gélida noche sobre él.

¿Por qué? ¿Por qué tuviste que desaparecer de mi vida? ¿De verdad tu sacrificio fue en vano? ¿Por qué no me hiciste caso y disfrutaste de tu vida, de la que te habías ganado? ¿Por qué no continuaste siendo el padre y mentor que fuiste para mí?

Agradecí la lluvia, pues mis lágrimas se perdían en ella.

- Lo siento mucho, Grunh, pero tendré que romper mi promesa. Espero que, estés donde estés, me perdones.