28 enero 2014

La Maldición de Elonus (I)

¡Toc, toc! ¿Hay alguien ahí?

Después de más de un año ausente, vuelvo a la carga con el blog. Ha sido un año largo y me han pasado muchas cosas, pero eso ya será tratado en otra entrada, si es que se ha de tratar.

Por el momento, os quiero dejar con un relato que empecé a escribir hace un par de meses. No dije nada porque no quería publicar nada hasta que no estuviese acabado, pero ya lo está, así que aquí tenéis la primera entrega.

Iré publicando un capítulo cada martes. En total son 8, por lo que esto se prolongará un par de meses. ¡Así os dejo con la intriga! :P

Notaréis que hay momentos más descriptivos y otros más directos. Sé que no es el summum de la literatura, pero he tratado de centrarme en el sentimiento o imagen que tenía en la cabeza a cada momento, así que espero que me lo perdonéis.

Sin más dilación, empiezo con el relato. ¡Espero que os guste!


- Chico, nunca debes olvidar que a nadie le importa por qué lo haces y lo que sientes - sentenció Grunh -. Lo verdaderamente importante es por qué lo haces tú; y nosotros hacemos esto porque no queda nadie que pueda hacerlo.

- Pero siempre que libramos a un pueblo de los monstruos nos lo agradecen; se preocupan por nosotros - repliqué yo.

- Sí, pero no siempre puedes confiar en ello, y no debes basar tu deseo de luchar por el bien en la gratitud que te profesen los demás, o te llevarás un buen golpe... A veces, la raíz del mal que tenemos que combatir está fuera del pueblo, ajeno a todas esas personas que queremos proteger; pero otras veces el mal está entre ellos, dentro de las personas que aman y de las que jamás sospecharían; otras, es el mismo pueblo quien ha acabado originando el mal. Cuando eso ocurre, y tienes que acabar con ello, la actitud de la gente no es de gratitud, sino más bien al contrario... - frenó su caballo, y yo el mío - Ya hemos llegado.

No me había dado cuenta, pero habíamos llegado a las afueras de un pequeño pueblo rodeado de prados y cultivos; sin embargo, tras él se alzaba un gran risco, y en la cima, casi a punto de despeñarse, un castillo de piedra blanca.

- ¿Qué nos trae por aquí, Grunh? - pregunté, con curiosidad.

- Un dragón – dijo con voz queda.

Aún recuerdo su expresión. Grunh siempre había sido un hombre que inspiraba confianza y respeto. La cicatriz que cruzaba su cara, que le había hecho perder su ojo izquierdo muchos años antes de que yo naciese, reforzaba ese aspecto. Sin embargo, en aquél momento pude apreciar que tras aquella mirada de decisión había un atisbo de preocupación y, de repente, pareció vislumbrarse aquél hombre que se acercaba a la cincuentena.

- Vamos, chico. Tras esto me habré ganado el Valhalla.

Y nos adentramos en el pueblo con nuestros caballos. Lo que yo no sabía en aquél momento es que aquella iba a ser la última noche con el hombre que me rescató de la jauría de hombres-lobo que devoraron a mis padres.