11 julio 2007

Historia corriente, Vida anónima

Hoy me ha dado por escribir. Me ha venido una frase a la cabeza, ideal para un pequeño relato, y necesitaba continuar esa frase, no tenía ganas de dejarla en el montón de pudo ser y no fue, y así he echo.

Vale, sé que debería reservar mi creatividad para el relato encadenado, pero es que hoy tenía la necesidad de escribir...

Pues bien, el resultado es el siguiente. Espero que os guste:

Historia corriente, Vida anónima

Y pulsando al botón rojo cerró la ventana. Cerró la ventana a aquél mundo de comunicación, a aquél mundo en el que no era juzgado, en el que tenía algo que decir, y en el que habría alguien que le escuchase e intentara entenderle.

Apagó el ordenador.

Al día siguiente tenía que levantarse pronto para ir al instituto. Tenía que levantarse pronto para despertar en un mundo sin lazos, donde las personas estaban separadas, unas de otras, por invisibles distancias kilométricas; dónde había soledad dentro de una muchedumbre. Dónde no podía encontrar nada más que una vía hacia la autodestrucción, hacia la indeterminación, hacia un mundo que se empeñaba a cada momento en desarraigarle de su personalidad, de su ya débil autoestima.

Se echó las sabanas encima y cerró los ojos con fuerza, a la par que dejaba caer una lágrima sobre su almohada, dónde siempre lo hacía, noche tras noche, mientras pensaba en lo doloroso de su existencia, en “otro mísero día de existencia”.

Soñó que sus padres estaban en casa, que le escuchaban, que se interesaban por él. Luego también soñó en que tenía el suficiente valor para interrelacionarse con los demás, que era aceptado, y que no era aquél bicho raro. También soñó que una chica le había dicho que le tenía cariño, y se acercaba a él, con lentitud, mientras él observa aquellos bellos labios, a punto de besarle, y que ya estaban a punto de llegar...

Y sonó el despertador. Uno de sus grandes enemigos. Como otras veces, maldijo la exactitud del despertador para elegir los mejores momentos de sus sueños, de aquello que nunca antes había tenido.

Desayunó un zumo y una tostada y se marchó. Llegaba tarde, así que aceleró el paso, aunque sabía que no serviría de nada, y que tendría que soportar otra bronca de su cuarentona y amargada tutora.

Llegaba diez minutos tarde y entró corriendo. Dobló la esquina del polideportivo y chocó contra una mole de metro ochenta, que se giró y le miró:

- ¡¿Que haces, gilipollas?! ¡¡¡Mira por donde vas!!! - espetó aquella mole de voz suficientemente conocida por él -. Te tendré que enseñar a pedir perdón...

Él se levantó, cogió sus cosas, y aceleró hacía el edificio donde se encontraban las clases.

- ¿Dónde vas, acaso tienes miedo? - dijo entre carcajadas, aquella mole de espíritu putrefacto -. ¡Luego nos veremos! ¡No lo olvides!

Él se puso a correr, a la vez que empezaban a inundársele los ojos de lágrimas y mientras decía para sus adentros:

Perfecto, hoy volveré a casa con más morados

Tres meses más tarde...

Había cogido un cuchillo de su cocina, estaba bien afilado (las cicatrices en sus muñecas podían dar buena cuenta de ello) y se lo había guardado en la mochila. Luego, en mitad de clase, mientras el profesor había salido a buscar una tiza para escribir otra se sus soporíferas clases en la pizarra, lo había sacado, y se había dirigido hacia aquella mole de metro ochenta, que durante tanto tiempo lo había martirizado, y por la espalda le asestó cuatro puñaladas.

Todos chillaron, se apartaron, e incluso huyeron del aula.

Empezó a escupir sangre por la boca. Sus pulmones tardarían pocos segundos más en inundárseles de sangre, cosa que le impediría respirar y le produciría un gran dolor. Para él sería suficiente recompensa.

Un rayo le despertó. Otra vez algo le había privado de un maravilloso sueño.

Era un lluvioso sábado. Hoy no tendría que soportar su particular castigo por ser diferente a los demás.

Notó un pinchazo en su muñeca. Se había abierto la herida, y pronto empezó a brotar un fino hilo de sangre que caía a través de sus brazos y saltaba en forma de gotas a su rostro.

La tarde anterior no tuvo el valor para apretar lo suficiente el cuchillo contra su muñeca. Tendría que soportar otro día más de sufrimiento.

Un saludo,
Morpheus

2 comentarios:

danielsan dijo...

Pues no está nada mal, espero que la parte del relato que te toca la cojas con tantas ganas o más y la hagas por lo menos igual de bien que ésta pequeña historia.
Y , por cierto, me gustaría remarcar la última palabra de mi anterior párrafo, primillo; vigila con esa palabra, pues en la lengua de Cervantes no lleva tilde xD.
En fin, no me enrollo más. Un saludo.

Morpheus dijo...

Me alegra saber que te gusta ^^.

El título ya está corregido. Un pequeño lapsus a causa del sueño n_n¡

Un saludo, primo